jueves, 30 de diciembre de 2010

Haiku de amor

Llega mi abuelo en sueños y me dice un verso. A mi me parece hermoso. Nunca escuché un verso más lindo. Me encanta. Lo repito. Él me dice: es un haiku de amor. Cuando me despierto no puedo acordarme de ése verso. Lo tengo ahí en la superficie, pero no puedo recordarlo.

Lo soñé la mañana del 25 de mayo de 2009. Era el cumpleaños numero 92 de mi abuela, la primer mujer de mi abuelo del sueño. Esa tarde vamos a su casa a festejar y con una prima pequeña empezamos todos los más jóvenes a hacer rimas. A algunos se les ocurren guarangadas y ella pide un verso de amor.

Yo sigo sin poder acordarme del haiku del sueño.

Si quieren saber algo más sobre mi abuelo, el que me hablaba en este sueño, hojeen la publicación que sigue a continuación.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Llaves

Estamos en la casa de veraneo familiar. Mis hermanos y yo jugamos al truco con papá en una especie de hall multiuso (habitación, patio cerrado, lugar de estar).

Papá dice algo en relación a las llaves. Algo que si no es un desafío, yo lo tomo como tal y quiero demostrarle algo. Parece que lo que quiero demostrar es que puedo esconder las llaves, que puedo hacerlas desaparecer. En el sueño se trata de las llaves de esa casa, pero las llaves que escondo tienen el llavero que uso hoy para mi casa actual (y no la de veraneo familiar).

Escondo las llaves en mi espalda mientras ellos no me ven. Siempre sentada en la silla, derecha y mirando hacia adelante, mi brazo derecho se estira totalmente hacia arriba y pegado a la oreja (las llaves en la mano derecha). Después flexiono el codo y baja la mano con las llaves por detrás de la cabeza y la espalda. Ubico las llaves adentro de la remera y las sostengo con la tira del corpiño. Apoyo la espalda en el respaldo de la silla y nadie sabe dónde están las llaves. He sido exitosa. Las hice desaparecer.

Mi padre sabe que hay gato encerrado. Cuando no ven las llaves, todos miran asombrados, pero por alguna razón que ahora desconozco, no me vieron ocultarlas. Todos saben que hay gato encerrado. No saben en donde buscar.

Termina la partida de truco. Mis hermanos se van y hay que levantarse de la silla. Mi padre está atento a lo que hago. Quiere descubrir el engaño. Se suma mi abuela (su madre). No les gusta ser engañados, ni desafiados. Me levanto de la silla. Ahora en la casa estamos mi padre, mi abuela y yo solamente. Voy caminando hacia atrás y hacia la puerta. Quiero tenerlos de frente para que no noten las llaves en la espalda, debajo de la remera. Para que no descubran el truco.

Ellos caminan cada vez más rápido. Más ávidos de alcanzar mi espalda (se dan cuenta de que allí está el punto), deseosos y sedientos de descubrirme. Llego hasta la puerta (desesperada por salir). La puerta está entornada. Si lograra salir, podría correr (darles la espalda ya) y no me alcanzarían.

Ellos ahora son momias. Están frente a mí, pero muy cerca como para que yo pueda salir por la puerta en un movimiento. Si me muevo me agarran.

Estoy atrapada.

Ellos gozan.

Terror.

Foto difícil

Estoy en la casa de veraneo familiar. Pasa un grupo de caballos marrón oscuro. Muy brillantes, muy lindos. Elegantes. No me quiero perder la oportunidad de sacarles una foto.

Ya con cámara en mano, quiero enfocar y mi hermano se interpone entre la cámara y los caballos. No puedo sacar la foto.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Violencia en vacaciones

Vamos con mi marido y mi hijo a un lugar de vacaciones. Son como vacaciones de un día. Vamos y volvemos todos los días. Siempre voy con miedo. Siempre vuelvo contenta de irme.

Una de las veces nos arrolla una ola/catarata por la calle. Me aferro a mi hijo fuerte. Tengo miedo de que se ahogue. La ola nos deja cerca de un taxi (de provincia, los blancos y celestes) y no pasa nada.

Al día siguiente volvemos. Esta vez están ametrallando gente por todas las veredas. Hay personas ya muertas tiradas en las veredas y gendarmes con ametralladoras vaciándoles el cargador. Yo no creo que nos vaya a pasar nada, pero pienso: este no es un lugar para que esté mi hijo (lo llevo en brazos y le tapo los ojos, no quiero que vea). Me quiero ir lo antes posible. Hay mucho peligro.

martes, 26 de octubre de 2010

Famosos

Voy con mi hijo en el auto. Paro en Paraná y Maipú (sobre Paraná, en la esquina frente a la estación de servicio). Bajo del auto a mi hijo y lo siento en un cochecito tipo "paraguitas" (algo que no tiene mi hijo). Cuando lo veo, me doy cuenta de que mi hijo es Mike Amigorena y está ahí sentado en el cochecito. Dormido, mareado, las piernas juntitas y dobladas.

De repente se para. Le digo: -¡Ah! ¿Hoy querés caminar? ¡Qué bueno! Caminá. (Le hablo como a mi hijo.) 
Cruzamos la avenida (Maipú) y en ese momento cruza otro Mike Amigorena que me saluda, porque es la pareja de una amiga.(¿?)

Llegamos a un lugar tipo consultorio médico y/o salón de belleza. Quiero cortarle el pelo a mi hijo que ahora es Gonzalo Heredia (¿?). La hostess del lugar es Rocío Marengo (lookeada como hostess de una peuquería: pelo por los hombros rebajado peinado con las puntas hacia afuera, los claritos marcados, los ojos claros pintados de negro, una remera rayada tranqui, unas calzas negras y unas botas marrones). Ella me acompaña mientras le cortan el pelo a mi hijo (ahora Gonzalo Heredia). 


Le hablo al peluquero: -Lo veo largo, pero esta mojado y tiene rulos, no se como calcular el largo del pelo con rulos. 


Me habla Marengo: -Vos pensás que él es tuyo y tenés razón. Por unos meses, es tuyo. 

Cuando lo dice, se ríe con tímida malicia y se junta con otras modelos que hay por ahí a mirarme con envidia que no me molesta (y brazos cruzados). Parecen una foto.


Pienso (pero no lo digo): - ¡Yo no pienso que es mío! 
Me da gracia. No me preocupo. 
Me despierto y escucho la radio muy baja, que está prendida hace rato. 


Reflexiones diurnas
: No más radio-despertador.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Los gigantes de la playa

Caminamos por una playa muy grande (mi marido y yo). Desde el mar hasta los médanos hay al menos un kilómetro. La arena es fina y clara. El sol está alto. Hace mucho calor.

La playa está vacía, pero de frente vienen caminando unos hombres muy grandes. Son cuatro gigantes artistas y acaban de dar un espectáculo que sólo pudimos ver de lejos. Todos ellos saltando, chocando entre sí, rodando en la arena y haciendo piruetas en el aire.

Uno de ellos lleva el torso desnudo (y trabajado), pantalones negros de vestir y una faja. Otros son gordos, pero igualmente ágiles.

Mientras sueño pienso: Esta es la playa y el espectáculo de gigantes del que me habló mi amiga V (que vive en Malasia).

martes, 19 de octubre de 2010

Extraña presencia

Camino por el pasillo del edificio en donde vivo. Siento una extraña presencia detrás de mí. Me doy vuelta y veo a alguien que no conozco (ni en el sueño, ni en la realidad).

Es una chica joven. Unos veintipico. Cara redonda y algo chata. Raya al medio y el largo del pelo atado en una cola (no muy larga). Las raíces del pelo bien oscuras, el resto, teñido de rubio claro. Lleva puesto un buzo con capucha y las manos adentro de los bolsillos.

Me mira.

Reflexiones diurnas: qué loco soñar con desconocidos que me miran.

En el baño

Camino por el pasillo de mi casa. Mi hijo está sentado frente a la puerta del baño y me señala algo que está dentro del baño. Miro hacia a dónde apunta y veo un pájaro de un metro de alto sentado en una repisa de vidrio en un rincón de la ducha bien arriba a la izquierda.

Es una especie de gran paloma estilizada más bien marrón clara y beige.

Sólo mi hijo y yo la vemos. Los otros que pasan por ahí no entienden qué miramos.

domingo, 10 de octubre de 2010

Zapatos al revés (y otras modas)

Estoy en un evento familiar. En el centro, mi hermano. Al rededor, unas gradas de madera formando un anfiteatro. Hay un altar.

En un primer momento, camino feliz y confiada con mi pollera verde debajo de la rodilla (gabardina gruesa, verde bosque, verde pastel oscuro, verde militar, una tabla adelante, una tabla atrás, tiro bajo, cae recta)  y mis botas marrones de caña semi-alta y taco chino. Camino como en una pasarela buscando entre las gradas un lugar para sentarme (la imagen en mi sueño hace una especie de plano detalle de mis rodillas que se ven ocasionalmente cuando se levanta la pollera mientras camino con energía, se ven unas bellas piernas también).

Me ubico y luego me voy por alguna razón que al menos hoy no recuerdo.

Cuando estoy deshaciendo el camino que hice, miro mis pies. Tengo otros zapatos y están puestos al revés. Son chatitas clásicas. Una celeste y una rosa, una más grande, una más chica. Me incomodan. No me gustan. Ya no me siento, ni feliz, ni confiada. En el camino me cruzo con mi jefe (ex-jefe) que está sentado en una de las gradas. Descalzo.

Vuelvo a ubicarme en donde estaba y todas las gradas (pero especialmente el área en que estoy ubicada yo) empieza a tambalearse.

Terror.

Todos empiezan a moverse de sus lugares hacia uno más seguro.

Yo pienso: "Tengo que irme de acá".

Terror.

Todo sigue temblando. No se si lograré evitar caerme, si llegaré a estar a salvo para cuando se caiga todo.

Me despierto aterrada escuchando el llanto de mi hijo a grito pelado.

Fuera del sueño: Al día siguiente voy a comprar zapatos para mi hijo, e insisto una y otra vez en ponérselos al revés.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Velorio en el hall del edificio

Primer parte 
Las paredes de mi departamento que dan al pasillo del edificio tienen una guarda calada de algo más de medio metro. Queda muy lindo, pero un vecino (uno especialmente) pasa y mira como jugamos mi hijo y yo, mi marido, mi hijo y yo y como charlamos mi marido y yo. Yo me quedo tranquila porque está mi marido.
Segunda parte 
Mi marido, mi hijo y yo volvemos al edificio y nos encontramos con todos los copropietarios en el hall de abajo vestidos de negro. Cruces fuxias de neón que cuelgan de los espejos. Coronas de flores dispuestas en la puerta del ascensor.
Una de mis vecinas, una señora de cincuentipico, está con anteojos negros, muy acongojada muy acompañada por su marido.
Le pregunto a ella quien se murió, qué pasó. Me dice: “nadie nadie, no pasó nada”. Un poco como diciendo, a vos no te importa, no lo/a conocías, no es un tema tuyo.

lunes, 5 de julio de 2010

Escapo al galope de una pesadilla

Un hombre me persigue. Quiere violarme. No tanto porque él vaya a disfrutarlo, sino para hacerme mal. Escapo junto a otra mujer (algo más grande que yo y poco deseable).

El recuerdo del sueño empieza cuando desesperadas tratamos de cerrar la puerta de mi departamento (en el sueño es mi departamento). Es una puerta de hierro, como las de salir al patio. Tiene una cerradura finita. El tambor está un poco salido hacia afuera. La puerta tiene además un pasador poco importante.
La mujer y yo hacemos presión de costado sobre la puerta para que el hombre no pueda entrar. Intentamos cerrar con la llave, pero la cerradura no anda bien. Intentamos con el pasador, pero tampoco corre, está un poco trabado.
Sin mediar palabra, acuerdo con la mujer que ella se queda haciendo fuerza para que no entre el hombre que empuja para entrar y yo me escapo por el fondo.
Mientras voy caminando al fondo paso por dos baños que tienen puerta hacia afuera (si, baños con puertas hacia afuera de lo que ahora es una casa) y están entornadas, porque tampoco andan bien.
Me doy cuenta entonces que ese hombre podría entrar por allí, pero no lo hace porque no es muy inteligente. Está cegado por el deseo de hacerme mal, de vengarse (¿de destruirme?). Sólo puede pensar en empujar la puerta. No se da cuenta que podría entrar por otros lugares.
Sigo caminando hacia el fondo de esa casa. Se transforma en la casa de veraneo familiar. Entro a la habitación en la que siempre dormí cuando era chica, abro la ventana y salgo de la casa por allí, para escapar por el bosque.
Encuentro justo al otro lado de la ventana a una mujer grande. Tiene una capa con capucha, parece sacerdotisa. Le digo “necesito ayuda” (pero sólo espero la confirmación del camino que voy a seguir, no necesito ninguna otra ayuda) y veo que ella acaba de escapar. Está descalza y tiene heridas en las piernas, marcas de haber estado atada.
Ella sólo me mira. Con eso entiendo que si, que apoya el camino que voy a tomar.
Sabemos que el hombre sigue luchando por entrar por la puerta mientras yo escapo. Sabemos que el hombre sólo quiere dañarme a mí (y no a ella o a quien sostiene la puerta). Corro hacia el terreno de al lado (que está vacío, como estaba cuando era chica y no con una casa vecina construida, como ahora), subo una barranquita y bajo. Estoy apurada, pero no desesperada. Estoy decidida.
Los primeros son pasos rápidos, que se convierten luego en galopes de un caballo que monto con el mismo miedo que recorre el sueño, pero con el disfrute de sentir el aire fresco en la cara, el disfrute de dejar esa escena en donde ese hombre me persigue. Me voy hacia un lugar en donde no me va a poder encontrar. A un lugar en donde siquiera voy a tener que escapar de él. Pero tengo la capa con capucha de la sacerdotisa y veo pasar todo el pueblo por mi izquierda. Cabalgo por un camino en el que no puedo ser vista (es un camino que corre por una franja de terreno más bajo) hacia un lugar que, sé, es donde quiero ir.

sábado, 5 de junio de 2010

Cristina, La Japonesa

Soñé que tenía una hija. Voy con mi hija en brazos por una especie de pasarela que une la costa del mar con una construcción en el mar. Camino por esa pasarela y veo otros niños jugando como caminando sobre el agua. Voy contenta aunque intento recordar los nombres de los chicos y no los recuerdo. A medida que avanzo, me doy cuenta que tampoco recuerdo el nombre de mi hija.
No me preocupa. Me da un poco de vergüenza, pero eso es todo.  Mientras camino todo lo que pienso es que no recuerdo los nombres.
Cuando llegamos a la costrucción mar adentro, nos esperan familares. Mi marido está detrás nuestro.
Mi suegra teje al crochet un saquito divino para ella. Es de hilo finito, muy delicado, celeste.
Alguien me pregunta cómo se llama (puede ser que sea mamá quien me pregunta). Y ahí respondo sin dudar (y feliz de recordar): “Cristina”.
“¿Cristina? Porqué le pusieron Cristina?”, me preguntan. Yo respondo: “Es un nombre que le gustaba a mi marido, a mi no me gustaba tanto, pero accedí, porque pensé que le diríamos Cris, y Cris es lindo. A él no le gustaron los nombres que a mí me gustaban”.
En ese momento miro a mi hija.  Es una beba morocha de unos dos años. Tiene mucho pelo: lacio, grueso, corto. Pero sobre todo: es Japonesa.
Me da mucha gracia y pienso “guau, que loco, tuve una hija Japonesa”.
Reflexiones diurnas: guau, qué loco, soñé que le ponía el nombre Cristina a una hija. ¡Como Cristina!