domingo, 10 de octubre de 2010

Zapatos al revés (y otras modas)

Estoy en un evento familiar. En el centro, mi hermano. Al rededor, unas gradas de madera formando un anfiteatro. Hay un altar.

En un primer momento, camino feliz y confiada con mi pollera verde debajo de la rodilla (gabardina gruesa, verde bosque, verde pastel oscuro, verde militar, una tabla adelante, una tabla atrás, tiro bajo, cae recta)  y mis botas marrones de caña semi-alta y taco chino. Camino como en una pasarela buscando entre las gradas un lugar para sentarme (la imagen en mi sueño hace una especie de plano detalle de mis rodillas que se ven ocasionalmente cuando se levanta la pollera mientras camino con energía, se ven unas bellas piernas también).

Me ubico y luego me voy por alguna razón que al menos hoy no recuerdo.

Cuando estoy deshaciendo el camino que hice, miro mis pies. Tengo otros zapatos y están puestos al revés. Son chatitas clásicas. Una celeste y una rosa, una más grande, una más chica. Me incomodan. No me gustan. Ya no me siento, ni feliz, ni confiada. En el camino me cruzo con mi jefe (ex-jefe) que está sentado en una de las gradas. Descalzo.

Vuelvo a ubicarme en donde estaba y todas las gradas (pero especialmente el área en que estoy ubicada yo) empieza a tambalearse.

Terror.

Todos empiezan a moverse de sus lugares hacia uno más seguro.

Yo pienso: "Tengo que irme de acá".

Terror.

Todo sigue temblando. No se si lograré evitar caerme, si llegaré a estar a salvo para cuando se caiga todo.

Me despierto aterrada escuchando el llanto de mi hijo a grito pelado.

Fuera del sueño: Al día siguiente voy a comprar zapatos para mi hijo, e insisto una y otra vez en ponérselos al revés.

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