lunes, 5 de julio de 2010

Escapo al galope de una pesadilla

Un hombre me persigue. Quiere violarme. No tanto porque él vaya a disfrutarlo, sino para hacerme mal. Escapo junto a otra mujer (algo más grande que yo y poco deseable).

El recuerdo del sueño empieza cuando desesperadas tratamos de cerrar la puerta de mi departamento (en el sueño es mi departamento). Es una puerta de hierro, como las de salir al patio. Tiene una cerradura finita. El tambor está un poco salido hacia afuera. La puerta tiene además un pasador poco importante.
La mujer y yo hacemos presión de costado sobre la puerta para que el hombre no pueda entrar. Intentamos cerrar con la llave, pero la cerradura no anda bien. Intentamos con el pasador, pero tampoco corre, está un poco trabado.
Sin mediar palabra, acuerdo con la mujer que ella se queda haciendo fuerza para que no entre el hombre que empuja para entrar y yo me escapo por el fondo.
Mientras voy caminando al fondo paso por dos baños que tienen puerta hacia afuera (si, baños con puertas hacia afuera de lo que ahora es una casa) y están entornadas, porque tampoco andan bien.
Me doy cuenta entonces que ese hombre podría entrar por allí, pero no lo hace porque no es muy inteligente. Está cegado por el deseo de hacerme mal, de vengarse (¿de destruirme?). Sólo puede pensar en empujar la puerta. No se da cuenta que podría entrar por otros lugares.
Sigo caminando hacia el fondo de esa casa. Se transforma en la casa de veraneo familiar. Entro a la habitación en la que siempre dormí cuando era chica, abro la ventana y salgo de la casa por allí, para escapar por el bosque.
Encuentro justo al otro lado de la ventana a una mujer grande. Tiene una capa con capucha, parece sacerdotisa. Le digo “necesito ayuda” (pero sólo espero la confirmación del camino que voy a seguir, no necesito ninguna otra ayuda) y veo que ella acaba de escapar. Está descalza y tiene heridas en las piernas, marcas de haber estado atada.
Ella sólo me mira. Con eso entiendo que si, que apoya el camino que voy a tomar.
Sabemos que el hombre sigue luchando por entrar por la puerta mientras yo escapo. Sabemos que el hombre sólo quiere dañarme a mí (y no a ella o a quien sostiene la puerta). Corro hacia el terreno de al lado (que está vacío, como estaba cuando era chica y no con una casa vecina construida, como ahora), subo una barranquita y bajo. Estoy apurada, pero no desesperada. Estoy decidida.
Los primeros son pasos rápidos, que se convierten luego en galopes de un caballo que monto con el mismo miedo que recorre el sueño, pero con el disfrute de sentir el aire fresco en la cara, el disfrute de dejar esa escena en donde ese hombre me persigue. Me voy hacia un lugar en donde no me va a poder encontrar. A un lugar en donde siquiera voy a tener que escapar de él. Pero tengo la capa con capucha de la sacerdotisa y veo pasar todo el pueblo por mi izquierda. Cabalgo por un camino en el que no puedo ser vista (es un camino que corre por una franja de terreno más bajo) hacia un lugar que, sé, es donde quiero ir.

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