martes, 15 de noviembre de 2011

En las nubes

Mi marido, mi hijo y yo vivimos en un gran departamento. Más grande y más antiguo que en el que vivimos realmente. Los techos son mucho más altos y el área del living comedor mucho más grande y con bellas arcadas amplias redondeadas y biseladas. Una de esas arcadas da a un gran espacio que usamos de escritorio.   Todas las paredes están llenas de libros. Pura biblioteca.

Me recuerda al departamento de la serie Mad about you (Loco por tí). No sé porqué, ni siquiera miré mucho esa serie.

El tema es que me tengo que ir. Mi marido está entre todos esos libros trabajando en ese espacio gigante y también hay visitas, pero yo tengo que irme. Me da un poco de temor dejar a mi hijo en ése panorama. Mi marido no muestra señales de prestarle mucha atención y las visitas tampoco. Pero en fin, debo irme, se me hace tarde y sólo no va a quedar el niño.

Salgo por una gran puerta de madera. Los pasillos son altos y anchos, incluso luminosos. Salgo a la calle. Tengo todo el tiempo esta sensación de hacer todo rápido, volver pronto, poder estar al lado de mi hijo otra vez. Subo a un colectivo en la puerta del edificio. Da muchas vueltas el colectivo. Pasamos de calles anchas a angostas, repletas de pequeños negocios de un lado y del otro algo como una baranda.

Algo pasa allí. No se si alguna pelea mía con alguien o simplemente esta sensación de estar atascada en el tránsito en medio de tanta urgencia. Me doy cuenta de que no estoy tan lejos de casa, que no me falta tanto para volver. Aunque nunca queda claro qué tenía que hacer o a dónde iba, ya es hora de volver.

Pienso que volando voy a llegar más rápido entonces tomo una especie de avión colectivo que me levanta de la calle y me lleva en sillas de nube dispuestas como las de un colectivo por el cielo.

El avión/colectivo no es más que eso: las sillas de nube dispuestas dos de un lado dos del otro dejando un pasillo (de cielo) en el medio y una detrás de la otra. Tengo esa sensación de estar subiéndome a una nueva forma de transporte. Nunca lo tomé antes pero estoy apurada, así que esto me va a llevar seguramente más rápido.

Estoy sentada en el primer par de asientos de la izquierda (mirando al conductor que no existe) al lado de un hombre que lleva a su hijo (de 6 o 7 años) en la falda.

Siento el viento en la cara y el cuerpo, el vértigo, la sensación de no tener sostén más que de esa nube tan endeble.  Del otro lado del pasillo, en otra fila de asientos de dos, hay una señora de pelo lacio blanco cortado carré. Es una mujer grande. El otro asiento está libre. Ella me estira la mano, me pide que me pase al lado de ella, quiere convencerme a toda costa. Pero yo no solamente no quiero (porque no me cambia nada), sino que me aterra el abismo de cielo entre un asiento de nube y el otro. ¿Y si al pasarme de un asiento al otro me caigo? No no. Mi lugar es ése hasta que me baje.

En medio de ese terror, pasamos por una especie de atardecer rosado con nubes pequeñas como desmigajadas. Estiro los pies descalzos desde mi asiento, cierro los ojos y siento el calor y las cosquillas en los dedos de los pies. El terror se fue claramente.

Después de eso, veo la terraza del edificio. Supongo que este vehículo puede dejarme allí. Pero no. Me deja en el cordón de la vereda. Entro rápido al edificio, para llegar a casa y ver como está mi hijo y me encuentro a mi marido y a mi hijo en la planta baja del edificio. Mi hijo juega divertido y mi marido ahí acompaña algo distraído. No se ha dado cuenta de que nuestro niño se achicó, de que nuestro niño tiene la altura del zócalo.

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