Soñé que tenía una hija. Voy con mi hija en brazos por una especie de pasarela que une la costa del mar con una construcción en el mar. Camino por esa pasarela y veo otros niños jugando como caminando sobre el agua. Voy contenta aunque intento recordar los nombres de los chicos y no los recuerdo. A medida que avanzo, me doy cuenta que tampoco recuerdo el nombre de mi hija.
No me preocupa. Me da un poco de vergüenza, pero eso es todo. Mientras camino todo lo que pienso es que no recuerdo los nombres.
Cuando llegamos a la costrucción mar adentro, nos esperan familares. Mi marido está detrás nuestro.
Mi suegra teje al crochet un saquito divino para ella. Es de hilo finito, muy delicado, celeste.
Alguien me pregunta cómo se llama (puede ser que sea mamá quien me pregunta). Y ahí respondo sin dudar (y feliz de recordar): “Cristina”.
“¿Cristina? Porqué le pusieron Cristina?”, me preguntan. Yo respondo: “Es un nombre que le gustaba a mi marido, a mi no me gustaba tanto, pero accedí, porque pensé que le diríamos Cris, y Cris es lindo. A él no le gustaron los nombres que a mí me gustaban”.
En ese momento miro a mi hija. Es una beba morocha de unos dos años. Tiene mucho pelo: lacio, grueso, corto. Pero sobre todo: es Japonesa.
Me da mucha gracia y pienso “guau, que loco, tuve una hija Japonesa”.
Reflexiones diurnas: guau, qué loco, soñé que le ponía el nombre Cristina a una hija. ¡Como Cristina!
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